Un compatriota en EEUU necesita nuestra solidaridad

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Foto de Victor Freitas en Pexels

Por Ruddy Orellana V..- Partir del terruño, abandonar el suelo que sujetó nuestra integridad y alimentó nuestras esperanzas, es morir un poco. Dejar a la familia, los hijos, los hermanos, los padres y hasta a la novia y el banco en el que a diario nos sentábamos para contemplar cómo el día sucumbía a los encantos de la noche y así irnos caminando las calles desordenadas y bulliciosas de nuestro centro, es morir un poco.

Dejarlo todo y solo llenar las maletas de ropa y de esperanzas, de incertidumbres y de un profundo deseo de buscar días mejores. Dejarnos ir hacia esa otra historia que pronto atisbará su rostro, unas veces halagüeña, otras, verdaderamente dolorosa.

Partir con el deseo de no ser un inmigrante más, sino, de forjar un futuro promisorio, con mejores días y la firme convicción de poder alcanzar las metas trazadas.

Dicen que el boliviano es un ser itinerante por excelencia. Un migrante incansable que levanta carpa en cualquier sitio geográfico. Como dice Joan Manuel Serrat, gritando a los cuatro vientos: “No me siento extranjero en ningún lugar, donde haya lumbre y vino tengo mi hogar.

Y para no olvidarme de lo que fui, mi patria y mi guitarra las llevo en mí. Una es fuerte y es fiel, la otra un papel”.

La gran comunidad boliviana asentada en el área Metropolitana de Virginia, Maryland y Washington, DC es una de las más numerosas y la que con más ahínco ha forjado un prestigio vigoroso. Guardando sus tradiciones, cultura, fe y esperanzas, ha logrado abrirse espacios prósperos en rubros estratégicos que, sin duda, aportan de gran manera a la economía de EEUU.

La mano de obra de los compatriotas bolivianos es requerida con entusiasmo. Es garantía de trabajo, empeño, voluntad y responsabilidad.

Esa siempre fue su trayectoria y su aporte sustancial en tierra extranjera que, a la par de otras comunidades, se ha constituido en un capital humano que es imposible ignorarlo.

¡Bolivia, país portátil! Su esencia no se ha diluido por la distancia. Está más viva que nunca: en cada familia, en cada tradición, en cada boliviano, en cada amigo de colegio, de barrio, de universidad. Es el caso de Milton Jiménez, un fraternal compañero, colega, comunicador social y exalumno de la Universidad Católica Cochabamba que, desde hace casi dos meses, se encuentra en coma inducido por COVID-19 en una sala de hospital del estado de Virginia. Su salud es muy delicada, sin embargo, la fe puesta en su pronta recuperación es inquebrantable.

Qué difícil se hace encarar una situación tan dolorosa como esta. La fragilidad de la humanidad tropieza diariamente con el lado más oscuro de la vida.

Milton, es un boliviano que está dando batalla, seguramente porque su misión en esta vida se vislumbra más extensa, más próspera, más virtuosa: por él, por su familia y por su futuro.

Milton Jiménez, es la figura clara que representa a muchos compatriotas en EEUU y el mundo que, también, estuvieron y aún están en similares circunstancias. Muchos partieron, dejando un vacío en sus hogares, en su terruño, en los amigos.

Y sin embargo, a estas alturas de la pandemia, cuando nuestros gobernantes y los bien llamados “mala clase política” están en un chiquero de mierda reclamando y delimitando su diminuta cuota de poder en la silla presidencial. No existe, ni por asomo, políticas solidarias para ayudar y proteger a nuestros ciudadanos en el extranjero. Muchos murieron en silencio. Muchos mueren en vida cada día, sin que las embajadas o consulados hayan dado cuenta de sus requerimientos más urgentes: ayuda económica, solidaridad, protección y garantía para que sus derechos no sean vulnerados, una y otra vez, en territorio extranjero.

Desde esta columna, emplazo y desafío a este Gobierno transitorio y a los politiqueros, a quienes les brota de los poros una profunda sensibilidad en tiempos de campaña electoral, a identificarse, cuando menos, con la figura de Milton. Este es el momento en que más necesita de sus gobernantes y es el espacio y tiempo más vitales para hacer ejercicio de ese gobierno, dizque, para sus ciudadanos y con sus ciudadanos.

Jamás, la embajada ni el consulado bolivianos en Washington DC, supieron hilar con solvencia políticas para amparar a sus compatriotas. El abandono siempre fue un revés a la dignidad y al respeto. Lo afirmo con plena convicción y con un conocimiento de causa profundamente sólidos.

Milton Jiménez debe ser el símbolo de una comunidad que aún lucha por hacer un espacio digno y próspero en el extranjero. Esa visión itinerante del gran colectivo boliviano en EEUU, o en cualquier parte del mundo, es también la misión de cumplir con un mejor proyecto de vida que garantice un mañana más claro y oportuno para su núcleo familiar y para el que dejaron en esta Bolivia que apenas balbucea estabilidad, equidad social y justicia.

Seguramente, en los próximos días, se dará a conocer la gran campaña de solidaridad, “Unidos por Milton Jiménez”, organizada y encabezada por colegas y exalumnos de la Universidad Católica Cochabamba. Apoyemos esta noble causa. Encaremos el desafío de contribuir a la vida y darle las dos manos a un compatriota que necesita de nuestro apoyo.

Parafraseando nuevamente a Serrat y clavando, en la memoria de nuestra caprichosa e inquieta esencia, la bandera de ciudadanos itinerantes: “Es hermoso partir sin decir adiós, serena la mirada, firme la voz. Si de veras me buscas, me encontrarás, es muy largo el camino para mirar atrás. Qué más da, qué más da, aquí o allá”.

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